Svarabhakti: añagazas contra la muerte


José Luis Trullo.- Se lee en la solapa de Svarabhakti que este libro supone "su muy esperada vuelta a la poesía después de tres años". Es falso, claro. Rivero Taravillo no puede regresar a donde nunca se ha ido. De hecho, como él mismo escribe, "el poema es / mi patria intransferible" (pág. 27); en el mejor de los casos, si tuviese que volver, sería al mundo mal llamado real, por meramente prosaico. Tampoco resulta del todo cierto que sus versos hayan permanecido ocultos a los ojos de sus lectores, ya que, como de nuevo se advierte en la solapa del tomito, "no ha dejado de publicar en revistas españolas y extranjeras, y de ofrecer adelantos en redes sociales y en su blog". ¿A dónde ha regresado, pues, Antonio Rivero Taravillo?

Digámoslo ya: al libro. Y es que la poesía, y la literatura, es en el libro (y contra las prácticas que se están generalizando en el siglo XXI: lecturas públicas, recitaciones micro en mano, aberrantes jams, etc.) donde se siente como en su casa, o mejor dicho: el libro es la patria de la literatura. En el libro, los poemas que lo componen se arraciman como cachorros de una camada en busca del nutricio pezón; alrededor del libro, los textos aislados, desamparados incluso, componen una sinfonía concertada de melódicas particellas. Estamos hablando, por supuesto, de un libro bien "armado", es decir: compuesto. No es, no debe ser un libro -de poemas, de aforismos, de microrrelatos o incluso de artículos- una simple yuxtaposición de piezas sin orden ni concierto. Un libro es un organismo nuevo que trasciende las partes que lo forman; sólo así alcanza su completa dignidad, y ofrece al lector una experiencia de transposición espaciotemporal a esa "patria" donde vive el poeta (el aforista, el micronarrador), gracias a la cual el acto lector deviene un acontecimiento preñado de sentido existencial, cuando no una liturgia de índole quasi religiosa. Porque el poeta, sí, para quien esto escribe (y espero que para muchos más), fue, es y siempre seguirá siendo, una suerte de médium entre lo visible y lo invisible, lo implícito del símbolo y lo explícito de su interpretación.

Por lo pronto, tenemos buenas noticias: Svarabhakti es un libro de poemas, y no una torpe reunión de textos más o menos afortunados. Hay en sus tripas vértebras sólidas, elásticos tuétanos, inteligente disposición. Se suceden las piezas en una sucesión medida, fluida, sin tropiezos. "Coloco con cuidado los silencios" (pág. 21), admite Rivero Taravillo; pues bien, le falta añadir que procede con el mismo escrúpulo y primor al ordenar sus composiciones en una sucesión lúcida y equilibrada. Esto no es baladí en un libro de 55 páginas, que no admite ni el menor desliz pues apenas cuenta con recorrido para remontar el vuelo: un tropiezo, y se viene todo al suelo.

Encontramos en Svarabhakti un abanico de formas, estrofas y propuestas métricas que satisfarán a todos los paladares. No faltan los sonetos, género en el que Rivero Taravillo es un consumado maestro. Los temas son los que le resultan caros: el implacable paso del tiempo; la imposibilidad de alcanzar la plenitud, salvo en raptos aislados que enseguida nos abandonan; la insatisfacción subyacente a todo cuanto nos ocurre, que parece siempre negarse a comparecer por completo... No es este un terreno novedoso, ciertamente, pero ¿acaso la lluvia no cae desde siempre sobre la tierra, y esta acaba más pronto que tarde por secarse? ¿No es el humano un animal, más que de costumbres, de lealtades implacables, a las cuales sólo puede renunciar perdiéndose en el empeño? Me han resultado especialmente gratos los poemas titulados Esferas, Habla Eros (y escucho), Excálibur y el que da título al conjunto, que resulta un prodigio en sí mismo. Por ponerle un solo pero al libro, reprocharle su brevedad: uno se queda con ganas de más poemas, más versos, más Taravillo, aunque... ¿no es esa la mejor señal? La contraria, ¡qué desastre!

Si, más allá de sus indudables méritos literarios, algo consigue Svarabhakti es permitirnos acceder, como en una misa lírica, a una concelebración donde el poeta, las palabras y el lector se reúnen en torno a un altar en el que se reedita, una y otra vez, una comunión sagrada: aquella en la que el verbo se yergue en vertical para trascender la horizontalidad anodina y verter sobre la tierra unas gotas de parva eternidad. Hoy, como anteayer y como pasado mañana, la palabra poética continúa cumpliendo la nada desdeñable función de un bálsamo contra la muerte, que siempre acaba viniendo, sí, pero a la que mantenemos por el momento a raya con nuestras sabias añagazas verbales.

Antonio Rivero Taravillo, Svarabhakti. Maclein y Parker. Sevilla, 2019.







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