Mejor que mejor


Daniel Cotta Lobato.- Quisiera abandonar por una vez la exaltación (eufórica o desolada) que suele impregnar mis palabras para dedicar unas pocas al último (por ahora) libro de Enrique García-Máiquez, que ha acuñado un título (¡qué envidia!) de escueta hondura: Mal que bien. En solo tres sílabas, condensa un poemario en que el bien inclina la balanza sobre el mal, como lo hace la Tierra (cotidiana, anodina) frente a la mística luna del poema Conversación. No obstante, haré caso al autor y buscaré sus florecillas del mal y sus florecillas del bien como un deshojador de margaritas, aunque ello suponga saltarme el orden lineal del poemario:

MAL: La primera sección se desliza sin aspavientos ni mohínes sobre el paso del tiempo. De sus siete pétalos florece, gigante y señero, tal vez mi poema favorito del libro: "Autobiografías", con su caleidoscópica visión del tiempo nunca bien aprovechado, y esa suma jubilosa de niños que componen (y descomponen) el adulto que somos.

BIEN: La cuarta sección es una afirmación del amor conyugal, ese cúmulo de cotidianidades ("Qué poco te impresionan mis artículos"), de separaciones y reencuentros diarios ("El día / con fuerza nos separa como una marea / baja; pero a la noche, la sombra, una marea / altísima, nos une y nos confunde"); y el cuerpo, que amplía la semántica del sexo al tacto de la mano fría y amada sobre la fiebre en Éxtasis.

MAL: La segunda sección está dedicada no a la muerte, sino a los muertos. García-Máiquez habla de ellos con tal cercanía, sintiéndolos tan vivos, tan esperándonos que, lejos de la mueca burlona esbozada por la calavera del poema "Jacintos", el "Hasta pronto" que titula a la sección se reviste de la entrañable calidez doméstica de las despedidas, expresada y vivida desde el otro lado en el poema "Los muertos".

BIEN: La quinta sección sigue construyendo, después de la "Monogamia" de la cuarta, una pequeña narrativa del amor, esta vez enfocado en el Dios católico de la Eucaristía (cientos de flores blancas); en la Virgen María, ante quien García-Máiquez siente reverdecer el impulso infantil de la inocencia ("un corazón sin años, zarza en llamas"); y el ligero temor de no haber aprovechado sus años en "Por tres".

MAL: El sugerente título de la cuarta sección, "Cuerpos gloriosos", es un homenaje a la poesía, homenaje doliente por la condición de muerto andante que hoy reviste la poesía en nuestro mundo ("Un poema de hoy si se levanta / y sale fuera y anda, será porque / es un resucitado"). La poesía es también un remordimiento, la conciencia de que hablar del amor implica estar robando horas al amor; que hablar de la amistad o de Dios conlleva soledad y cierta dosis de egoísmo, como manifiesta "Otro poema confesional", una afirmación de que su poesía es mala en el mas amplio sentido de la palabra.

BIEN: El amor es un abanico con múltiples varillas; al amor conyugal y al divino García-Máiquez añade, como guinda, el amor de los hijos, vivido como la alegría suprema de la vida en "Dentro de muchos años, hija", pero también sentido como combate entre el instintivo egoísmo individual ("No se callan. No paran. No trabajan") y el sobrehumano altruismo formulado en Fulgor:

La luna llena
como mi vida, plena
de luz ajena.

BIEN: La séptima sección, "En realidad", podría tomarse como un desempate entre lo malo y lo bueno; esta consideración redondearía circularmente esta reseña, pero traicionaría el espíritu del libro, lleno de mucho más bien que mal, tanto en su gozoso contenido como en la sostenida altura poética de sus palabras. Esta sección canta a la naturaleza (precioso el poema "Rosal" en su complicadísimo encaje formal), al firmamento y nuevamente a la literatura y la poesía, la gran lente que palia nuestra miopía en el magnífico "Pido más". Y para completar el poliedro del amor, García-Máiquez remata el libro (con cuánto significado) con "Bendición", una poesía de hijo a padre.

Poesía. Amor. Tiempo. Mal que bien es un recorrido equilibrista y equilibrado sobre los temas más universales y arriesgados de la literatura y la vida. Mal que bien posee cierto aire de balance vital, como subraya explícitamente el poema dedicado al pie ("me conmueve / pensar en tantos pasos como ha dado") o "Por tres", escrito dantescamente a los dos tercios del camino de mi vida. Este otoñal ejercicio de retrospectiva encaja incluso con la elección (y lección) numérica del libro: cincuenta poemas, como los cincuenta años (valga la intromisión biográfica) del autor. La cifra no es un reconocimiento amargo, sino una confesión natural y feliz de que todo ha sido para bien, incluso el mal, omnia in bonum. ¿Por eso habrá elegido el número siete para sostener la osamenta del libro? Siete secciones integradas por sendos poemas, poemas que constituyen alhajas de aparente sencillez pero que, al ser leídos, revelan una impresionante (y por qué no decirlo, edificante) lección sobre la vida. Por ello, recurriré a otra locución adverbial para enmendar el título humilde del libro: Mal que bien no, mejor que mejor.



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