La palpable presencia de la luz

Daniel Cotta.- Sé que la sencillez es el pájaro que mejor sabe cantar. Por eso, hace más de diez años un servidor comenzó a despojarse de florituras y quétzales poéticos en busca de ese decir suave e inteligible, pero distinto y original que yo concibo como himno gigante y extraño para la poesía. Cuando llegó a mis manos este Cantar de grillos (Libros Canto y Cuento, 2021), de Francisco J. Márquez, lo supuse —no sé por qué— lleno de una sencillez que, a fuerza de depurada, caería en el lugar común y en cierto prosaísmo acaramelado. Pido perdón al poeta. Porque lo que aquí hay es un libro memorable.


 

El primer poema, Cantar de grillos, concibe la palabra encerrada en el verso como una música en frágil equilibrio sobre la muerte y la vida. Sin embargo, ya el segundo poema, Claustro, decanta la victoria del lado de la luz y la alegría en aras de ese beso que reza en los labios del poeta. Es el amor el sentimiento redentor que recompone la vida como si de un cubo de Rubik se tratase; un sentimiento más poderoso que la muerte —esta noche que somos—, como sugiere el mitológico trío de poemas Caronte, Perseo y Tiresias. No sólo el amor conyugal, sino el de los hijos, en cuyos ojos se ve la transparencia / de no cargar con siglos / de artistas y de imágenes, y en quienes el poeta identifica con cierta melancolía a ese niño que fui.

Siguen a estos unos curiosos poemas sobre esa dualidad que reside en todo hombre de sombra y luz, de barro y nube, de tierra y cielo. Encabezados por Acuario, un microrrelato que recuerda el Axolotl de Cortázar, Francisco J. Márquez redime al yo del poema Primera persona del singular por el acto inclemente del borrador que lo elimina de la pizarra y, sin embargo, deja una estela blanca; o ese yo de agua que se desdibuja bajo el puente y que busca, quizá, un yo que el viento arrastra por el cielo.

La reflexión serena sobre el paso del tiempo preside una serie de poemas en que el poeta jerezano demuestra su maestría para alegorizar sobre una clase de Matemáticas en Lección de geometría; o sobre el cine ochentero en Regreso al futuro; o asuntos más cotidianos como el recuerdo del abuelo, las macetas de la terraza, una flor de loto o la cuerda de la ropa en el estremecedor poema titulado Tendedero.

Esa predilección por las cosas pequeñas que anuncian los poemas previos inunda la última sección del poemario en títulos como Bonsái, que consiguen en su pequeñez que toda la primavera / se dibuje en mis ojos; la castigada Palmera (¿Qué te pregunta el viento? ¿Qué secreto te intenta / contar con esos gritos?); las cunetas donde el girasol persigue sin tregua / a su presa en el cielo; la nube que, en su caprichoso variar, es un retrato del poeta; o la Caracola que revela en el misterio de su oleaje la existencia segura de otra vida…

Eso consiguen en definitiva los versos de Francisco J. Márquez: hacernos creer, acariciarnos el alma con un manojo de palabras sencillas que, como las alas de los grillos, consiguen evocarnos, desde el oscuro vientre de la noche, la presencia —casi siempre invisible, pero palpable— de la luz. 

 

Francisco J. Márquez, Cantar de grillos. Libros Canto y Cuento, Jerez, 2021.

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