José María Jurado García-Posada.- Existen árboles de ginkgo de cerca de 2000 años de antigüedad, entre sus ramas acogen toda la historia del cristianismo; hay en Sevilla, en El Alcázar, algunos ejemplares centenarios. Contemporáneos de los dinosaurios, han sobrevivido a mil desastres, incluida la pandemia, que no ha podido llevarse por delante este libro, estas hojas, que salieron en 2020.
Nos dice Julia Bellido en el proemio que en 1946 en Hiroshima un viejo ginkgo destruido por la bomba volvió a brotar como el olmo de Machado y que es desde entonces, un símbolo de la esperanza, que ahora llaman “resilencia”.
Yo he vuelto otra vez a estas hojas del ginkgo en el primaveral y esperanzado otoño de 2021, cuando en una isla española ardía un volcán. Es tan emocionante todo lo que se dice y se sabe de este árbol y su complejidad o eternidad genética que al releer estas hojas imaginaba la Palma repoblada con estos árboles de la esperanza.
He dado este salto volcánico porque la poesía resuena en el interior de cada uno conforme a sus circunstancias; por eso se vuelve una y otra vez a los libros queridos, que en cada ocasión nos dicen cosas distintas y nuevas. La poesía no debe se ajena ni a la fascinación de la naturaleza, ni insensible al dolor humano, sea este pequeño o grande.
Este libro de Julia atiende a lo pequeño que es lo grande.
Parva propria magna, magna aliena parva, “las pequeñas cosas propias son grandes, las grandes cosas ajenas, son pequeñas”, está inscrito en el dintel de la casa de Lope de Vega en Madrid, la que franqueaba el paso a su huerto deshecho. Julia Bellido ha pasado muchas horas junto a plantas y flores que son parte de su vida, y si de Cumbre Vieja vuelvo a saltar a la casa de Lope, adonde les recomienda mucho ir, no ha sido solo por fijar una estirpe botánica a estos poemas, incluso en el convencimiento de que quien anda con flores no pude ser mal poeta, sino porque, también el frontispicio de su editorial, la arbólica Cypress con doble sombra, está inscrito: “En Poesía al Albur apostamos por autores españoles e hispanoamericanos cuya propuesta lírica rehúye las fórmulas altisonantes, optando por una visión íntima y personal de la literatura”. Y pocos libros de poesía de los leídos en los últimos tiempos cumplen a la perfección estas categorías, esta visión íntima -no intimista-, y personal, como quería Lope, atendiendo a lo pequeño propio, a lo mínimo humano.
Destaca en estos versos la claridad de su dicción: los poemas de Julia Bellido son breves, sin hojarasca ni pámpanos de adorno; aquí hay un misterio que decir y se dice sin acudir a la falsa utilería del poema “cortito” que tantas veces no es sino mala prosa recortada trufada de silencios expresivos.
Nuestra poeta emplea un pincel adelgazado, tinta china y caligrafía japonesa, y mientras la tarde de otoño vira hacia el dorado de las hojas de ginkgo, nos dice con Edith Stein: “Hay un estado de sosiego en Dios. Acabo de palparlo”.
Y es este el misterio del libro, cuya brevedad recuerda el resonar misterioso del ruiseñor de Amherst, a Emily Dickinson que nos daba su poesía entre flores, lo mismo que Julia, siempre con las manos en la tierra o entre las flores de su atelier, como en estos versos: “porque estamos aquí, delante de la vida, con extremo cuidado para que no se rompa”. O, conversando bajo un granado en flor con el poeta José Iniesta: “sois la razón del aire y la luz que me baña/el sol de las palabras que ahora escribo.”
Goethe escribió un poema al Ginkgo Biloba, en su Diván oriental y occidental, del que se conserva el manuscrito, en una carta a la que acompañaban varios pétalos prensados del árbol, plantado en 1795 y hoy ya no localizable, pero acaso eterno: “Las hojas de este árbol, del oriente a mi jardín venido, un arcano sentido tiene, que al sabio brindan materia de reflexión”.
A estos arcanos o enigmas se asoma la palabra de Julia Bellido.
J. Bellido, Hojas de ginkgo. Poesía al Albur. Cypress, Sevilla, 2020.
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