El hilo de la sencillez

 


Daniel Cotta.- Entrañable, sencillo, humilde, sabio son algunos de los adjetivos que acuden, como en torbellino, al labio que los convoca para calificar el nuevo poemario de Carmelo Guillén Acosta, En estado de gracia (Renacimiento, 2021), una verdadera lección de vida en que el autor pasa revista a lo poco que verdaderamente importa: el amor, el instante, lo minúsculo cotidiano… Rebosa una sencillez y una humildad encantadoras, como de alguien que pasa por la vida haciendo el bien. En su libro pueden aprender los lectores un infalible método para la alegría y los cristianos un manual de santidad.

San Juan de la Cruz está en el ADN de sus versos, como en ese poema sobre la hora de la muerte, Para cuando se presente, en que al examen de amor de la tarde presentará Carmelo su argumento último, su disposición para dar la vida. Y sobre todo encanta el poema inicial, con esa imagen insólita de la salamanquesa presta siempre a dar a la caza alcance.

Esa gratitud que se eleva a Dios, aunque también se extienda a este espectáculo de ascensión de la tierra y a otras inconmensurables maravillas de la creación, se vuelca sobre todo en lo pequeño, en el chasquido de lo insignificante, en el inefable cariño a lo que será manriqueñamente herbaje de las eras. Hay muchos poemas que enaltecen lo pequeño magníficamente, pero resulta enternecedor y sumamente emotivo Quién me iba a decir, una lista de todo lo insignificante que nos abrirá las puertas del Cielo. El poeta juega a menudo con la imagen de la urdimbre, del hilo: la puntada exacta a la que debe aspirar cada instante nuestro; puntadas que, unidas, compondrán el tejido de una tela / que vendrá a hacer las veces de mortaja. En ese tejido nada permanece suelto porque lo enhebra el amor. ¡Y qué imagen más brillante en el poema conclusivo la de la palabra —con todo su poder, con toda su bendición— enhebrando una vida en estado de gracia!

En poemas como Ahora, Me entrego a bocajarro o Tengo a mano la vida, haces ver el autor que la fe en la trascendencia no consiste en hipotecar nuestra vida a un más allá intangible, sino en apurar gozosamente (a una manera sagradamente hedonista) este mundo de ahora (mi heredad y mi gloria) y el momento presente, el que está y se va, el que nos tiene sumidos en un adiós continuo de por vida.

¡Y con qué rotunda sencillez brotan en la segunda parte los poemas dedicados a cantar el amor, con ese prodigioso descubrimiento consistente en saber que yo, desde este cuerpo, pueda amar y ser amado! Acrecienta la felicidad leer tantas frecuentes afirmaciones sobre la dignidad de este mundo, de este momento presente que, impregnado de amor, nos reafirma en la idea / de que no existe otra eternidad. Esa huida del instante, sin embargo, siembra la única nota melancólica de todo el poemario entre los poemas de las páginas 47 y la 52, los que hablan de la frustración de la muerte y la mordedura del dolor. El más emotivo a mi juicio es Entro siempre en conflicto; lo que más me conmueve es, sin embargo, que la consignación de que se va haciendo la noche sin vuelta atrás posible y de cómo un cuerpo llega a su suma miseria no provocan en el poeta una actitud existencial, no imprimen carácter en su alma; sólo le hacen entrar en mal día. Y no podía faltar esa mirada cristiana ante el dolor, el que nos vivifica y nos lleva hasta otras manos que se llevan de mí su hogaza de cariño. Una vez más, el amor es la respuesta a todo.

Me subyuga esa falta de pudor (como la alondra que vocea sin recato) con que el  poeta de Las redenciones canta las creencias más ortodoxas: ese Cristo sacramentado que, para que su creación hable por Él, se allana a estarse indefendible en este tabernáculo. O ese poema titulado Entrega, que viene a ser epítome de todo el poemario, una mezcla de Salmo 150 y Credo niceno, con esos rituales que acaban en amén.

En definitiva , Carmelo Guillén Acosta ha compuesto un libro altamente poético y sumamente edificante, lleno de una sencillez cautivadora (quizá excesiva en un par de poemas, como en Lo único importante y el final en cursiva de Juan 13, 1). Sirva este paréntesis de suave crítica como aval de sinceridad para todas mis palabras anteriores: las que ven en este libro un canto realista al amor, al gozo del transcurrir y a todos los hilos de la pequeñez que tejen el ropaje de nuestra vida y nuestro camino a Dios. 

 

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P O E T A S
 


L E C T U R A S
E N   V Í D E O

José Julio Cabanillas
Juan Lamillar
María Sanz
Víctor Jiménez


A R T Í C U L O S

La poesía a la luz
de la neurociencia


R O T U L A R I O

María Victoria Atencia
Andrés Neumann
José María Millares Sall
Antonio Gamoneda
José Luis Parra
Chantal Maillard
Clara Janés
Ida Vitale
Eloy Sánchez Rosillo
Julia Uceda
José Corredor-Mateos
Francisco Pino
Hugo Mugica


C U E S T I O N A R I O 
R Ó T U L A

José Mateos
Victoria León
Raquel Vázquez
José María Jurado
Antonio Rivero Taravillo
José Manuel Benítez Ariza


A L V E O L A R I O

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María Álvarez Rosario
Gregorio Dávila
Juana Castro
Isabel Martín Salinas
Jorge Díaz Martínez
Iván Onia
Juan Cuevas
Isaben de Rueda


Editor
José Luis Trullo

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Obra original de Susana Benet